La experiencia de un corredor novato en el Maratón de Nueva York.
Siempre he sido muy deportista y viajar a la Gran Manzana es una experiencia que todos queremos vivir, pero, la verdad es que mi viaje al Maratón de Nueva York 2019 se forjó a base de casualidades: Estaba en forma después de un tiempo sin hacer deporte, la idea de viajar a EEUU y el maratón en las fechas elegidas. Para colmo, contacté con Fernando Pineda Travel Service y le quedaban pocos dorsales disponibles. Todo fluyó y allí me planté.
Llegamos al aeropuerto de Nueva York y tras pasar la aduana y recoger el equipaje, allí estaba Fernando Pineda y su equipo esperándonos para llevarnos al hotel. Me alojé en el hotel Park Lane. Nada más llegar fui consciente de que su ubicación era espectacular. Frente a la puerta principal, el majestuoso Central Park. A su derecha, la 5ª Avenida. En mi cabeza, estaba imaginando todo lo que podría visitar en un paseo a su alrededor.
La mañana siguiente de la llegada a Manhattan, sentí unas ganas terribles de caminar por sus calles. Así que me puse mis zapatillas y me lancé a sus calles. Es el sitio ideal para sentirte invisible. Suena extraño, pero es tal el ajetreo que se oye, que puedes pasar desapercibido. ¡Es fantástico!
Las calles huelen ligeramente a comida rápida y el humo blanco y caliente que sale del suelo hace que te sientas dentro de una película americana. Mientras todo pasa, caminas en una burbuja, tomando tu café de Starbucks… ¡Sin darme cuenta, había caminado más de 20km…!
El día anterior al maratón.
El día previo al maratón, me sorprendió el ambiente en la feria del corredor. El recinto te contagia de todo lo que necesitas para salir a correr. Después de recoger el dorsal y volverme loco entre tanto stand de material de running, estuve paseando por Hudson Yard y recorrí el High Line Park, un parque construido sobre una antigua línea de tren. El camino comienza muy cerca de la Expo del corredor y finaliza en el Chelsea Market.
Me sirvió para despejarme el día de antes de la carrera. Es algo así como, acumular tensión y motivación en la feria del corredor y después te relajas haciendo un poco de turismo.
El día de la carrera.
El día de la maratón, empezó temprano. Tomé un buen desayuno, y los corredores fuimos en bus hacia el ferry que te deja en la zona de salida. Es genial esa logística para evitar pérdidas de tiempo y gasto energético en un día como ese.
Una vez en el puente de Staten Island ya ves la gran fiesta que vas a vivir. De hecho, en mi caso, fue la experiencia deportiva más dura (mi primer maratón), y a su vez, la más bonita. El circuito es espectacular. Muchas zonas están llenas de magia…
A lo largo del recorrido escuchaba a la gente animando sin parar, algunas personas ofrecían comida, habían muchas bandas de música… e incluso algún ortodoxo cruzando por en medio de la carretera como si no hubiesen miles de personas corriendo. Esa es la magia, el contraste que encuentras a medida que vas completando kilómetros.
De hecho, la excursión de “contrastes de Nueva York” que ofrece Fernando Pineda Travel Service es de obligatoria asistencia en mi opinión. En esa excursión, además de hacer un buen recorrido por los puntos principales del Bronx, Brooklyn, Queens…, paramos en un restaurante en Queens llamado “Cositas ricas” donde pudimos descansar del café americano para tomar un buen café expreso y comida realmente buena a un precio muy asequible. Fue genial. El guía que nos atendió fue muy atento en todo momento y nos explicó cada detalle de las visitas.
Volviendo a la carrera, uno iba muy contento hasta el km 25 – 26, creo recordar… Allí estaban todos los acompañantes y miembros del staff de FPTS. La verdad es que verlos te da un subidón de energía. Pero desde ahí en adelante, el camino se me hizo cada vez más duro. Incluso derramé alguna lágrima por el camino hasta meta. No lo había pasado tan mal en mi vida, pero, era imposible abandonar con ese ambiente. Cuando el público te veía más castigado te animaban más, te sientes un héroe. Ellos lo sienten así. Un maratón no está al alcance de todo el mundo.
Cuando pasé por meta, sentí un alivio infinito pero mi calvario no terminaba ahí… ¡tenía que llegar al hotel! Menos mal que estaba a escasos metros de la línea de meta. Cuando llegué a la recepción del hotel, mi mujer me dijo: “¡no has sonreído para la foto en la línea de meta!”
Menos mal, que por la noche me llevó a un lugar fantástico de hamburguesas, muy cerca del hotel. Creo recordar que se llamaba Burguer Join.
La noche la pasé regular, pero tenía la sensación de haber conseguido algo que siempre había querido hacer.
Aproveché el resto del viaje visitando la ciudad de Nueva York, mientras continuaba feliz por mi logro y con mi medalla de finisher en el cuello como prueba.
No hay nada como viajar con todo organizado, no tuve que pensar en nada más que en disfrutar. Si tienes la oportunidad, ¡Vívela!